El hotel de Héctor – Juan Felipe Arenas

Héctor Londoño heredó un hotel en Cartagena; este estaba localizado junto a su casa en Bocagrande. El hotel contaba con 48 habitaciones y, junto con otras cuatro personas, prestaba el servicio de alojamiento. Semanas después, sus amigos, emocionados con la herencia, empezaron a solicitarle a Héctor que les diera alojamiento, y como eran sus amigos, siempre le pedían descuento. Héctor, con toda la amabilidad, les ofrecía sus habitaciones con un descuento especial. Sus amigos pedían servicio a la habitación y, además, volvían a pedir descuento por los alimentos y otros pedidos en sus cuartos. Algunos de ellos le solicitaban si podían traer a su familia, y Héctor, claro está, les ofrecía otra habitación en el hotel para que se sintieran cómodos, sin cobrarles por la misma.

Pasaron los meses y Héctor tenía su hotel cada vez más lleno de sus amigos y conocidos de sus amigos. Era el hotel más ocupado de la zona, conocido por sus descuentos. Héctor, emocionado, conseguía más y más gente para alojar en su hotel. Llegó un punto en que este tenía tanta ocupación que Héctor empezó a recibir amigos y conocidos en su casa, cosa que no le gustaba para nada a su esposa. En algunas ocasiones lo hacía incluso sin cobrar. Los hoteles de la zona, viendo la ocupación y los descuentos de Héctor, se vieron obligados a bajar su precio para poder competir con él, lo cual le tenía sin cuidado.

Dos meses después, Héctor comenzó a notar cómo su hotel y su casa necesitaban algunas reparaciones, las cuales realizó con algunos créditos que obtuvo por su excelente movimiento bancario, producto de su contacto y alta ocupación. Un mes después, necesitó pintar la fachada, y para esto realizó otro crédito. No pensó mucho en esto, pues tenía mucho flujo de efectivo y su hotel siempre estaba a reventar.

El hotel continuó con sus grandes descuentos, siendo aún más famoso por su servicio a la habitación, que contaba con diferentes especialidades a un bajo costo o, incluso, gratis. El tiempo pasó y Héctor, lastimosamente, se divorció porque su esposa no aguantó tener su casa siempre llena de desconocidos. Con mucha tristeza, Héctor continuó con su negocio, pues estaba distraído siendo famoso en la zona.

Unos meses después, ambos elevadores del hotel fallaron. Sus amigos lo demandaron, puesto que se vieron atrapados en el ascensor algunas horas, y a Héctor le tocó pagar por los daños y perjuicios que estos reclamaron, y a su vez arreglar los elevadores. Lastimosamente, el banco no le prestó de nuevo a Héctor, y este tomó el dinero de su caja para pagar. Llegó la quincena y no tuvo cómo pagar a sus empleados. Esperó a la otra quincena, pero solo pudo pagar la mitad del salario, por lo cual sus empleados comenzaron a renunciar.

Héctor recibió muchas quejas, ya que el servicio a la habitación no era el mismo, había fallas en la estructura e, incluso, en su casa sucedió igual. En la zona pasó algo similar y esta comenzó a tener fama de una zona de hoteles baratos, de poca calidad y que prestaban servicio a la habitación gratis. Pasado un mes del evento de los ascensores, Héctor cerró y se fue a trabajar en ventas de vehículos en Bogotá. Sin familia y sin patrimonio, Héctor volvió a empezar.

La historia de Héctor es la de muchos contadores, donde las habitaciones son las horas laborales, donde el servicio a la habitación son los servicios extras que piden sus clientes, la zona hotelera es el gremio, el evento de sus elevadores representa una sanción, y su casa, los fines de semana. No seas como Héctor: no vale la pena.

Juan Felipe Arenas

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